Se llama Amanda, y tiene el pelo rojo.

La chica del pelo rojo no tiene tiempo de no distraerse. Mira por la ventana pero no ve ningún paisaje más que el vestido que se pondrá el sábado. Lleva cascos y solo oye ruido exterior. Sabe que cuando la vida pica, hay que joderse. Sabe que no todos los días son tan buenos como aquél, y se alegra por ello.

La chica del pelo rojo tiene dos amantes. Uno no le deja vivir, el otro tiene a otras dos de pelo azul y negro. El deseo no entiende de colores ni de números.

La chica del pelo rojo no baila porque no sabe, pero canta por la misma razón. Ve comedias en la televisión para deleitarse con cada carcajada enlatada. A veces se queda despierta hasta las 3, quitándose las bolillas del pijama, y no sabe dormir sin su gato.

La chica del pelo rojo es más alegre de lo que parece, y parece tan inteligente como es. Le gustan los lunares y los juegos de mesa, tiene alergia a la hipocresía y no sabe contar hasta 10 sin perderse en alguna anécdota graciosa de la semana anterior.

(…)

Mi manifiesto para el 8M.

A cada mujer abusada, humillada, infravalorada, sexualizada, violada, juzgada, o no. A cada mujer que sufrió por el hecho de ser mujer, y todo lo que conlleva. A cada hombre que abusó, humilló, infravaloró, sexualizó, violó y juzgó a una mujer por el hecho de ser mujer, o no. A cada persona que teme ser calificada de “machista». A cada persona que lea esto. Esto es para vosotros, sin acritud.

Ser machista no te convierte directamente en una mala persona, y me explico. El machismo va implícito en muchos de los movimientos y actitudes cotidianas. Es lenguaje, es forma de vida, no lo hemos inventado nosotros. Se encuentra en nuestra forma de ser y actuar por herencia, no siempre por voluntad.

Sabemos que desaprender es difícil, que puede resultar complicado ponerse en la piel de una mujer si no lo eres, que a veces decimos cosas que os suenan a chino, porque no sois mujeres. Podríamos empezar por perderle el miedo a esta palabra y asumir el machismo forma parte de nuestra vida, de nuestra base educativa, y no intentar negar la evidencia.

Tú, como hombre, has demostrado esfuerzo, trabajo, respeto, valores y principios. Yo, como mujer, probablemente tendré que demostrar el doble de esfuerzo, trabajo, respeto, valores y principios para llegar a donde tú estás.

No existen los héroes ni las heroínas. La imagen que nos han colado como positiva de mujer fuerte, madre fuerte, abuela fuerte, trabajadora fuerte, la imagen que hemos creado de super mujer que tiene que poder con todo y entonces será merecedora de todo el respeto y admiración del mundo. No nos hace ningún favor, a nadie. La fortaleza no es un hecho genéricamente diferencial, depende de la persona y su carácter. No existen el sexo débil ni el sexo fuerte.

Porque estamos hartas y hartos de oír y creernos contradicciones como que una mujer con carácter, personalidad y sin pelos en la lengua sea una arpía, y un hombre con carácter, personalidad, y sin pelos en la lengua sea un tío de los pies a la cabeza.

A los hombres que pensáis que no sois machistas por el hecho de colaborar en casa. Lo sois, por pensar que vuestro desempeño en las tareas domésticas es una colaboración, que además algunos pintan como altruista o desinteresada, y no un deber compartido más.

A las mujeres que pensáis que vuestros maridos/parejas son lo mejor del mundo por ayudaros en casa. Que son seres excepcionales por arrimar el hombro. “Menuda suerte he tenido”, “A mi esque me ayuda mucho con los niños». En este caso las machistas sois vosotras, por pensar que su desempeño en las tareas domésticas es una colaboración, altruista, desinteresada, y no un deber compartido más.

También los sois vosotros, padres y madres, que enseñáis a la niña a barrer y al niño a construir. Que regañáis a la niña desordenada diciéndole que “esa habitación no es de señorita”.

A las mujeres que no practican la sororidad, juzgando el aspecto y, en definitiva, las decisiones que toman otras mujeres. También lo sois, lo somos. Hace unos días vi un vídeo de una mujer, se titulaba “Feminismo VS sentido común”. En él citaba, textualmente, que hay chicas que se visten como quieren, pero que tienen que ser conscientes de que están enviando un mensaje sexual. Que salen con sus amigas, andan solas, se emborrachan. Que ¿qué vas a esperar que ocurra? “Mínimo te van a violar”, contestaba con total normalidad.

Que las mujeres, si queremos igualdad, tenemos que aprender a defendernos igual que los hombres, por ejemplo llevando un spray de pimienta en el bolso.

Y en este tipo de mensaje es donde reside el error, y por tanto el problema. En pensar que una violación se produce por un mensaje sexual que se envía con un tipo de vestimenta, por una borrachera, por volver a casa sola. Que se produce en parte, al fin y al cabo, por algo que “hace mal” esa mujer, y no por un problema que tiene el hombre que la viola. Que salir con escote y volver a casa sola está mal. Y no vemos que el problema no es el escote que yo me pongo, sino cómo lo miras y lo entiendes tú. Que el problema no es que yo vuelva a casa sola, sino que tú te creas que puedes seguirme y acosarme con total libertad. Porque claro, soy una chiquilla, y como llevo un escote, lo mismo esque busco algo.

Por último, hombre, te reconozcas o no en estas palabras, este movimiento también existe para garantizarte un estado de bienestar a ti. Para que no tengas que sentirte obligado a ser el sustento de tu familia. Para que puedas expresarte sin ser juzgado, llorar sin ser “un nenaza”. Para que se deje de tacharte de macho y de criminal por ser hombre. Para que puedas practicar la disciplina que elijas sin sentirte fuera de lugar. Para que divorciarte no signifique tener las de perder, para que seas valorado como padre y se te tenga en igual consideración en la paternidad de tu hijo. Para que no te sientas mínimamente obligado a pagar la cuenta, a cuidar cada detalle para parecer “todo un caballero”.

Todos somos o hemos sido machistas, incluido tú. Porque si estás leyendo esto, hombre o mujer, o género no binario, formas parte actualmente de este mundo, y este mundo es así, funciona así. Todos deberíamos ser feministas, porque si estás leyendo esto, hombre o mujer, o género no binario, formas parte actualmente de este mundo; el machismo te perjudica directamente, y el feminismo te beneficia directamente.

Observa y verás.

Los hospitales son lugares curiosos. Ninguno podría pasar por un idílico sitio de recreo, pero si te detienes en medio de un pasillo aleatorio y miras atentamente a tu alrededor, observarás la multitud de emociones y secretos que guardan. Aquí siempre hay un lugar reservado para la esperanza, pero también para la desesperación. Se cruzan a diario rostros desencajados, melancólicos, con otros iluminados por la propia alegría de vivir. Esperas tediosas y salidas triunfales. Nervios, dolor, satisfacción. Incluso la vida y la muerte se encuentran a menudo separadas por una pared de un palmo de grosor. Emociones que viven dentro de sus dueños con la indiferencia de qué le ocurrirá al de al lado. O no. A veces las historias ajenas pueden ser el mejor plato del día, a veces compartir con alguien la lucha por salir, o por quedarse, puede definir las líneas del camino.

Los hospitales tienen habitantes de corte valiente. Lucen batas y pijamas de todos los colores, y a priori no resultan nada especiales. Pero si los miras con detenimiento los diferenciarás perfectamente, porque todos ellos guardan en la mirada un pedacito de cada vida que cuidan. Cuando no pueden más se agachan, pero nunca se rinden.

Chiquilladas

Veo a muchísima gente concienciada con el acoso escolar. Veo campañas que antes no se hacían, medidas que antes no se tomaban. Y con antes me refiero a 10 años atrás. Ayer mismo. Y eso está genial, me reconforta, me alivia, pero egoístamente me da rabia por no haberlo visto antes, por no haber podido contar con ello, por no haber tenido refugio en determinados momentos. Porque sí, es un hecho, ahora los profesores son héroes, pero antes eran los mayores cómplices.
Veo a muchos usuarios de Facebook y Twitter compartiendo su compromiso con la causa, comentando con gran indignación sus quejas bajo hashtag. Y repito, está bien. Pero lo que aún no he visto es a un solo bully, acosador, abusón, pedir perdón. Por la humillación y el daño causado. Decir «yo me equivoqué», aunque también sea bajo hashtag. Ahí nadie da la cara, total, qué más da, eran chiquilladas, ¿verdad?

Nada más

Yo no quiero regalos hechos con las manos sucias. No quiero nada exento de fidelidad, no necesito más noches de insomnio y nubes negras. Yo no quiero que me digas si estoy guapa o no. No quiero palabras ingrávidas, de pura paja y sin una pizca de corazón. No quiero más que lo que me quieras dar, no espero nada, y nada más.
Así, te doy mi más sincera enhorabuena, por haber sido el peor golpe de realidad.

¿Machismo o sensacionalismo?

Nos encontramos de nuevo en la línea efímera que separa lo picaresco de lo soez. Y, como en la mayoría de ocasiones en que una mujer es noticia, con matices machistas que no dejan a nadie indiferente. El pasado 17 de abril aparecía en portada otro titular sensacionalista, de esos que beben de la misoginia intrínseca en el lenguaje periodístico más recurrente y facilón: “La hija de Figo ya es cancha reglamentaria”.

 

Así es como el diario mexicanoRécord se cavaba su tumba, al menos para algunos, aludiendo a una metáfora futbolística –de lo más desagradable- para anunciar la reciente mayoría de edad de Daniela, la hija del futbolista portugués Luís Figo. Sugiere quitarse la mano de la boca de una vez para poder hablar libremente de los atributos de la chica. Porque total, ya es “reglamentario”. Resulta demasiado previsible. Con el titular se abre la veda de las portadas de revista del corazón, la grosería de los comentaristas, el boom de las redes sociales. Obviando sus logros personales y profesionales, en los medios no la volverán a mencionar si no es para abrir debate sobre su pérdida repentina de peso o su nuevo color de pelo. Porque es mujer, porque es la hija del grandioso Figo, y sobre todo porque es cancha reglamentaria.

 

Si en vez de Daniela fuera Daniel, se hablaría de que ya es mayor para conducir uno de los Lamborghini que tiene en el garaje, de su predisposición para empezar la universidad o de sus dotes para el fútbol. Un crack, un hombre hecho y derecho, un profesional como su padre. Pero a ojos de la opinión pública, Daniela simplemente será la hija guapa de la estrella, igual que lo serán en un futuro aun más populachero sus hermanas menores Stella y Martina.

Pasa.

No te quedes ahí en medio. Si quieres entrar, entra, pero por favor, no se te ocurra cerrar la puerta. Te invito a que pases, a que te quedes todo el tiempo que quieras, a que tomes y des. Mi única condición es que no rompas nada, que me ha costado mucho reformar todo este desastre.

Entra y quédate, en medio estorbas. Déjate de dudas. Habrá cosas que te gusten más, cosas que te gusten menos, unas las amarás y otras no las conseguirás soportar. Pero créeme, intentaré que tu estancia sea lo más fácil y bonita posible.

Si sólo vas a entrar por curiosidad, tirarme los cuadros y salir corriendo, ni te molestes. Échate a un lado, o mejor, vete lejos, y búscate otra puerta más simple, que estoy harta de cotillas dañinos y personas vanas.

El tiempo se acaba, así que date prisa, un portazo en la cara no es plato de buen gusto para nadie.

Nosotros, los infelices

Ya nadie habla del amor. Pobres los dramaturgos que se despachaban hablando de sentimientos y pasiones pensando que hacían algo hermoso y admirable, porque hoy más que genios parecerían vulnerables. Ingenuas las generaciones de padres que deseaban que sus hijos vivieran mejor que ellos, que vivieran libres. ¿Libres? Nos encanta alardear de lo libres que somos mientras llevamos en el cuerpo más peso en cadenas que en alas. La gran diferencia es que nosotros nos atamos solos.

La vitalidad, el coraje de defender algo en lo que crees. Las  ganas de comernos el mundo que deberíamos tener nosotros, los jóvenes. El “esto lo apaño yo en un momento”. El hambre de justicia y de felicidad. Qué pena que hayamos aprendido solo la parte fácil del cuento, que nos conformemos tan rápido.

Conservar amistades, mandar una postal a ese amigo tuyo que se fue a Londres. Fuisteis compañeros durante los mejores años de vuestras vidas, y ahora no sabes nada de él. Y os conformáis.

Conservar tiempo, momentos. Hacer fotografías en lugares que no podremos evitar recordar. Ahora necesitamos hacernos selfies, mostrar una cara perfecta al mundo para recibir una aceptación de la cual depende nuestra autoestima. Eso sí, la cara siempre reluciente, no vaya a ser. El que más estudia, el que más sale, el que más viaja, al que más quieren… Ahora tienes que ser mejor que el de al lado, y eso no significa que no desees el bien a las personas, sino que te gusta ver el mundo bonito siempre y cuando el tuyo sea el más bonito de todos. Y te conformas.

Hemos perdido el respeto por las vidas ajenas, por la nuestra propia. La intimidad, eso que necesitamos exhibir a cada minuto por el simple hecho de demostrar. Y ésta que escribe no se queda atrás, ni mucho menos. Y sí, me conformo.

Es el resumen de la vida que nos han dado y nos estamos quitando.